En el mundo existen 23 especies de crocodílidos. Colombia, junto con Venezuela, tienen el mayor número de especies (6), la mitad de ellas en alguna categoría de amenaza1. La importancia ecológica de estos grandes depredadores radica en que no solo regulan las poblaciones de sus presas (moluscos, crustáceos, peces y otros vertebrados), sino que son base fundamental de la cadena trófica, puesto que sus deposiciones contribuyen a la productividad de los ecosistemas acuáticos.
Por otra parte, los crocodílidos son fuente de alimento para muchas comunidades rurales e indígenas en áreas remotas, al tiempo que su piel es muy apreciada en el mercado internacional. Sin embargo, esta ha sido la razón principal de su declive poblacional, debido a la cacería se hacia sin control. A nivel normativo esta actividad aún no está permitida en el país, de modo que solo es posible aprovechar la piel de aquellos individuos de babillas y caimán aguja que provengan de zoocriaderos2. No obstante, un manejo más responsable y sostenible de estas prácticas a nivel local podría generar una fuente estable de ingresos para las comunidades más desfavorecidas.
La revisión de los 271 documentos sobre crocodílidos en Colombia, producidos entre 1953 y 2015, concluye que los temas relacionados con gestión (planificación y normativa) e investigación (bioecología, distribución y táxonomía) son abordados en mayor proporción que otros aspectos como el uso del recurso. Como era de esperarse, las especies que figuran en mayor número de publicaciones son aquellas con mayor uso comercial: la babilla y dos especies amenazadas, el caimán aguja y el caimán llanero. En contraste, especies como los cachirres, que solo son objeto de consumo para subsistencia, y el caimán negro, a pesar de estar amenazado, tienen un menor número de estudios asociados.
En general, existe mayor información sobre aspectos básicos tales como el hábitat, la alimentación, la reproducción y el tipo de uso de cada especie. Sin embargo, para la mayoría de ellas no hay datos sobre tiempo generacional, longevidad, tasas de crecimiento, demografía o niveles de aprovechamiento. Del mismo modo, aunque existen algunos estudios a nivel poblacional, es necesario realizar más esfuerzos o trabajo de campo con el fin de tener censos poblacionales más completos. Sin embargo, un caso puntual de éxito es el del caimán aguja, que cuenta con muy buena información y con un plan de manejo para la bahía de Cispatá-Córdoba3.
Para que la formulación y la implementación de estrategias de conservación y uso sean realmente efectivas, es indispensable contar con más información sobre aspectos demográficos pero, sobre todo, evaluar y monitorear el nivel de aprovechamiento. Todo esto debe responder a un esfuerzo colectivo en donde interactúan las autoridades ambientales, la Academia, los institutos de investigación, las ONG y, por supuesto, los usuarios del recurso.