El principio de conservar la biodiversidad mediante el uso exclusivo de áreas protegidas fue revaluado hace algunos años, gracias al enfoque de conexión mediante corredores entre parches de ecosistemas naturales1. En el caso de Colombia, se requieren extensos corredores biológicos basados en especies focales y distribuidos de modo que cubran toda su geografía: desde la región del Pacífico, las cordilleras y valles interandinos, hasta las planicies de la Orinoquia y la Amazonia. Esta variedad de paisajes es responsable de la gran riqueza natural del país. En ese sentido, la protección de especies clave asegura que no solo que se cubra ampliamente el territorio, sino que también se conserve la biota asociada con dichas especies.
La conectividad es indispensable para mantener el flujo genético entre poblaciones y garantizar los servicios ecosistémicos que las áreas naturales ofrecen. Por ejemplo, pueden influir positivamente en la regulación del ciclo del agua en lugares como la cuenca del Amazonas, región donde resulta vital integrar los territorios indígenas a las estrategias de conservación. Por ello, la herramienta más común para promover dicha conexión son los corredores biológicos2, especialmente aquellos desarrollados a partir de especies de gran tamaño, bajas densidades poblacionales, gran reconocimiento por parte del público en general, una alta sensibilidad a la actividad humana y que requieren grandes territorios3-6.