La gestión integral de la biodiversidad y sus servicios ecosistémicos exige conciliar la conservación con el desarrollo.
Esta condición es particularmente necesaria en un país megadiverso, pluriétnico y multicultural como Colombia, que aún tiene cuentas pendientes en su modelo de desarrollo, tales como un gran número de regiones con necesidades básicas insatisfechas y altos índices de analfabetismo y de morbilidad infantil, entre otras.
La oferta natural tiene dos componentes: la biodiversidad (considerada a nivel de genes, especies y ecosistemas) y los servicios ecosistémicos. Dicha oferta es vital para garantizar el bienestar de las poblaciones humanas, el asentamiento de sus comunidades y la producción de bienes industriales. No obstante, ciertos sectores reciben los beneficios de la oferta natural pero la afectan negativamente, generando impactos cuya magnitud aumentará o disminuirá a futuro, según el modelo de desarrollo que el país implemente.
En la Política Nacional para la Gestión Integral de la Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos1
se deja claro que las interacciones ecológicas entre los diferentes niveles de organización de la biodiversidad se expresan como servicios ecosistémicos y que estos, a su vez, son el puente entre la naturaleza y el hombre: toda acción encaminada a la conservación de la biodiversidad es, entonces, una estrategia que asegura la provisión a largo plazo de estos servicios, de los cuales depende el desarrollo del país.
El proyecto “Planeación Ambiental para la Conservación de la Biodiversidad en las áreas operativas de Ecopetrol”, desarrollado en asocio con el Instituto Humboldt entre 2012 y 2015, buscó generar herramientas de gestión que articularan la oferta de recursos naturales con las necesidades de conservación y uso, y con la demanda de los diferentes sectores económicos. El resultado fue una serie de estrategias y lineamientos para la gestión de la biodiversidad en el territorio, diseñada bajo un modelo de sostenibilidad ecológica y económica2.
Las estrategias identificadas están clasificadas en función de las herramientas de conservación (áreas de preservación, 23%; restauración ecológica, 18% y de uso sostenible, 14%) o del territorio (áreas suplementarias, 18%, que funcionan como bancos de tierra; áreas productivas, 15%, y áreas complementarias, 12%), que se convierten en clave para procesos de conectividad y soporte a áreas naturales. Dichos porcentajes evidencian una implementación equilibrada de las diferentes estrategias, demostrando que es posible encontrar un punto medio entre la conservación y el desarrollo, siempre y cuando el uso de estos recursos se haga de manera adecuada y se integren herramientas que permitan una correcta gestión del territorio.