Asumir las ciudades como oportunidades para la sostenibilidad y la conservación de la biodiversidad requiere abordar el paisaje urbano en su totalidad, incluyendo quienes lo integran y cómo interactúan a una escala regional1. Los paisajes urbanos son mosaicos altamente heterogéneos en los que los elementos verdes como remanentes de bosques, matorrales nativos, vegetación riparia, humedales, manglares, quebradas, ríos, campos agrícolas y forestales, así como parques metropolitanos, cementerios, campos de golf, parques de bolsillo, corredores, separadores viales, lotes baldíos, jardines, huertas urbanas, techos y fachadas verdes2 constituyen nodos y redes dentro de una matriz urbana.
Tales componentes aportan a la integridad de los valores ambientales y al bienestar humano dentro de ese paisaje urbano que varía de acuerdo con el gradiente entre la funcionalidad ecológica y social de cada uno. Los nodos actúan como relictos que conservan remanentes de ecosistemas, que son hábitats para especies que han sido desplazadas por los procesos de urbanización y que reciben ciertas especies migratorias. Por su parte, las redes permiten la conectividad de esos elementos verdes urbanos.
Dentro de estos espacios verdes existen áreas con valores naturales y sociales relevantes que ameritan alguna estrategia de protección a largo plazo que cuente con respaldo y participación social. Estas áreas de conservación urbana limitan y permiten planificar la expansión de ciudades, actúan como elementos de anclaje de los demás espacios verdes y, en general, acercan a las personas con la naturaleza y su entorno regional. Sin embargo, actualmente existen grandes retos en su gestión debido a que su declaratoria (Decreto 2372 de 2010) y manejo como área protegida están sujetos a estándares asociados a los atributos de la biodiversidad (estructura, composición y función) que son difíciles de lograr en contextos urbanos donde los ecosistemas están altamente alterados.
Actualmente las ciudades han liderado otras formas de protección a estos espacios, recurriendo a otros instrumentos normativos (planes de ordenamiento territorial, acuerdos municipales, resoluciones y decretos, entre otros) y sistemas de gestión no gubernamentales comunitarios y privados. Por lo tanto, es necesario fortalecer y continuar innovando en la forma en la que se aborda y gestiona la biodiversidad en entornos urbanos, reconociendo y redefiniendo el carácter particular que tienen las áreas de conservación urbanas en Colombia, teniendo en cuenta las características socioecológicas de cada caso y la diferencia cualitativa que se debe tener con áreas protegidas nacionales.