La Orinoquia: un territorio de agua

El 35 % de la cuenca del río Orinoco se encuentra en territorio colombiano1, representa cerca del 26 % de disponibilidad hídrica del país2 y alberga el 48 % de los humedales continentales de Colombia con alrededor de 42 tipologías diferenciadas1,3. Además, se estima que en el subsuelo de la región se encuentra el 41 % de las reservas hídricas subterráneas de Colombia1. Su régimen hidrológico es de tipo unimodal, con caudales máximos en los meses de junio-julio en las cuencas altas y en los meses de julio-agosto en las planicies2,4. Este régimen natural puede verse afectado por fenómenos climáticos que generan déficits o excesos de hasta el 70 % sobre los valores promedio2,5.

Las dinámicas de interacción estacional entre las fases acuáticas y terrestres en la macrocuenca del Orinoco se asocian con contribuciones de la naturaleza de regulación, tales como la capacidad de los ecosistemas para absorber y almacenar agua, el ciclaje y fijación de nutrientes (p. ej., carbono y nitrógeno) en la biomasa acuática, la calidad del suelo y la creación y mantenimiento de hábitats para peces, aves y mamíferos acuáticos6,7.

Los regímenes hidrológicos y las condiciones ecológicas también ofrecen oportunidades de materiales o de aprovisionamiento para diversos modos de vida e intereses productivos dependientes del agua; por ejemplo, especies objeto de pesca con alta diversidad asociada a la estacionalidad hidrológica, la agricultura de especies de ciclo corto en los planos de inundación, y el uso del agua superficial y subterránea para riego, consumo humano o de animales de cría6,8. De forma similar, las interacciones físicas y experienciales con la naturaleza permiten el disfrute de beneficios intangibles asociados a la cultura llanera, el arraigo y el sentido de pertenencia, la recreación y la transferencia del conocimiento.

Esta región tiene una gran riqueza hídrica, sin embargo, la transformación de sus ecosistemas (deforestación, agroindustria, ganadería extensiva, infraestructura vial y urbana, extracción de minerales, déficit de sistemas de tratamiento de agua, etc.) tiene impactos negativos sobre el agua: desconexión de hábitats, liberación de contaminantes a la atmósfera, y pérdida de navegabilidad y control de inundaciones. Esto pone en riesgo la disponibilidad y calidad del agua, así como la calidad de los hábitats que brindan soporte a la biodiversidad. Por lo tanto, es necesario aumentar el conocimiento, potenciar el monitoreo ecohidrológico de las aguas superficiales y subterráneas, de manera que acoja variables que representen la cantidad y calidad de agua, la biodiversidad y las contribuciones de la naturaleza a los habitantes de la región. El monitoreo es una estrategia para fortalecer la gobernanza de los ecosistemas acuáticos, dado que permiten evaluar su estado y tendencia, así como alimentar modelos matemáticos y espaciales que contribuyan a la toma de decisiones informada.