La cría de abejas y aprovechamiento de los productos derivados de las colmenas, se establece en Colombia a principios del siglo XX, promovida por el clero y con el acompañamiento del Gobierno Nacional. A principios de la década de los 80, se extiende por el país la abeja africanizada A. mellifera scutellata, introducida con la idea de mejorar la productividad y adaptación de las abejas de la miel a los ambientes tropicales, pero su alto grado de defensividad genera deserción de apicultores y aprensión en la población por los múltiples incidentes de picaduras2,12,15,19. Se estima que A. mellifera causa la muerte de hasta veinte personas al año, siendo los animales ponzoñosos los que más generan accidentes por picaduras en Colombia22 después de las serpientes.
Sin embargo, el cruce de abejas Apis africanas y subespecies europeas, así como la selección genética, ha favorecido la producción de miel, la resistencia a plagas y enfermedades19 y un manejo más amigable para prevenir incidentes. Desde entonces la actividad apícola sigue siendo desarrollada e impulsada por parte del gobierno, como alternativa de desarrollo productivo en programas institucionales como el de la erradicación de cultivos ilícitos y la minería ilegal, o como parte de las estrategias productivas de adaptación a los impactos del cambio climático en la alta montaña5,14,18,19.
Se estima que existen alrededor de 3000 apicultores en el país, manejando 120000 colmenas, beneficiando a más de 12000 familias y produciendo 3300 ton de miel al año7,8. Desde la africanización de la apicultura, el número de colmenas ha crecido en un 30 %, mientras que la producción de miel el 60 %7,8,9. Pese a esto, el país importa miel en volúmenes que llegan al 12 % de la producción nacional7. Siendo el consumo per cápita de 78 gr de miel al año, muy por debajo del promedio mundial de 386 gr por persona.
En términos de polinización inducida a través de la movilidad e instalación de colmenas de A. mellifera en cultivos, en el país es una práctica poco común4,23, donde se estima que tan solo el 0,5 % de las colmenas del país se disponen para este servicio4,12,16. Lo anterior evidencia que la mayoría de los cultivos tradicionales que requieren polinización dependen de los polinizadores silvestres. Sin embargo, a nivel nacional hay múltiples evidencias de la polinización inducida con abejas melíferas sobre los rendimientos productivos en cultivos con potencialidad de exportación como aguacate, café y cítricos15, pero es necesario generar más información y estudios sobre su contribución, el grado de complementariedad o competencia con otros grupos de abejas, su eficiencia como polinizadores e incluso su impacto en el desplazamiento o la extinción de especies nativas, entre otros4,15,16.
La apicultura enfrenta dificultades en el país, entre ellas la falsificación de miel y productos derivados, que representa el 80 % de la demanda nacional7,12,13,19 y la muerte masiva de abejas en distintas regiones del país, que puede ascender a la pérdida de 16 000 colmenas al año10,20,21. Lo anterior se debe a falta de buenas prácticas agrícolas, sobre todo el uso indiscriminado de plaguicidas químicos de uso agrícola10 y la insuficiente implementación normativa3,7,23,25.
En ese contexto es importante resaltar que el uso y manejo de las abejas melíferas en Colombia es una actividad productiva, generalmente participe de la economía familiar campesina, que bajo condiciones de buenas prácticas apícolas y agrícolas evidencian el aprovechamiento sostenible de la biodiversidad. Asimismo, el aprendizaje de esta actividad a través de los años ha propiciado la utilización de las abejas nativas a través de la meliponicultura y, aunque en Colombia falta conocimiento al respecto, se sabe que generalmente las abejas nativas conviven con las Apis para el beneficio del servicio de polinización y como iniciativa para el favorecimiento de sus productos derivados. En ocasiones se combina el manejo de ambas especies o se prefiere el fomento de las abejas nativas. De cualquier manera, el aprovechamiento de las abejas melíferas, tanto la introducida como las nativas, con buenas prácticas de manejo, contribuye al conocimiento, conservación y uso de la biodiversidad en un contexto de sostenibilidad.