A inicios del año 2020, la propagación del SARS-CoV-2 obligó a cerca del 60 % de la población mundial a permanecer en un confinamiento preventivo sin precedentes1. Este escenario permitió medir los impactos de las actividades humanas en los paisajes sonoros y escuchar como nunca antes los sonidos de la naturaleza en el territorio.
Con el objetivo de mantener vigente la conexión con la biodiversidad y caracterizar cambios en los paisajes sonoros en varias zonas de Colombia, el Instituto Humboldt lanzó la iniciativa de ciencia participativa ¿Cómo suena mi ciudad? Paisajes sonoros desde tu ventana. La convocatoria se realizó a través de redes sociales con un protocolo estandarizado y apoyo por parte de los investigadores para realizar la recolección de sonidos. Entre los meses de abril y julio, 208 ciudadanos grabaron los sonidos de su entorno usando sus celulares. En total, se recibieron 5717 registros sonoros de 90 segundos provenientes de ciudades de 48 municipios del país 2.
Durante el confinamiento estricto, los sonidos originados por la vida silvestre dominaron en 59 % de los registros, con una contribución especial de las aves e insectos; mientras que los sonidos originados por los humanos dominaron solo en 18 % de los registros. Con el paulatino retorno a la normalidad, se detectó una reducción del 11 % para sonidos de vida silvestre y un incremento del 60 % para sonidos de origen antrópico, evidenciando así una rápida transformación del paisaje sonoro3.
Sin embargo, estas respuestas no fueron uniformes para todas las ciudades. Bogotá, la ciudad más grande del país, registró el cambio más fuerte en los niveles de presión sonora (2,69 dB), mientras que en ciudades más pequeñas estos cambios fueron menores (Cali: 2,64 dB, Medellín: 1,55 dB, otras ciudades: 1,73 dB). Sorprendentemente, la percepción de estos cambios por parte de los participantes no fue directamente proporcional a los valores estimados; los habitantes de Bogotá percibieron cambios de manera similar a los de ciudades pequeñas, mientras que los habitantes de ciudades como Medellín y Cali, reportaron cambios más marcados, de acuerdo con los incrementos en los niveles de presión sonora. Los constantes niveles de ruido en la capital podrían estar enmascarando los sonidos de la fauna, socavando así nuestra capacidad de interactuar con el mundo natural.
En medio de la pandemia se experimentó un entorno sonoro más silencioso. La disminución en los niveles de ruido le permitió a los participantes apreciar la fauna y sus diversos sonidos reduciendo los niveles de estrés, brindando bienestar y promoviendo la salud física y mental4. En este periodo se resaltó la importancia de los espacios verdes en las ciudades, no sólo como barreras sonoras5, sino como refugios para la vida silvestre y espacios para fortalecer la interacción humano-naturaleza6. Mediante el uso de transportes alternativos, el cuidado de las zonas verdes, con un uso más consciente de los altavoces, se puede reducir los niveles de ruido y crear ambientes más sanos tanto para las personas como para la vida silvestre7,8.
Esta iniciativa posibilitó, por primera vez y a nivel nacional, medir los efectos de las actividades humanas en el paisaje sonoro de las ciudades. Los resultados son un insumo importante en la planeación del desarrollo urbanístico de las ciudades, en las que se suele priorizar la infraestructura gris sobre los espacios verdes. Además, la iniciativa permitió desarrollar herramientas alternativas para sensibilizar y educar, estableciendo nuevos lazos que ayudan a fortalecer la interacción con el mundo natural, creando posibilidades para el trabajo sinérgico entre instituciones educativas y de investigación en el desarrollo de proyectos de ciencia ciudadana como estrategias pedagógicas. Pese a la pandemia y al distanciamiento social se logró articular un número importante de voluntarios en una iniciativa que permitió la apropiación del conocimiento, y generó una línea base de información acústica de las ciudades con un enfoque participativo sin precedentes.