El establecimiento de ciudades implica la sustitución de coberturas naturales por estructuras construidas que generan la desaparición, degradación y aislamiento de los ecosistemas1,2. Como consecuencia, los hábitats para las especies son limitados o cambian drásticamente. Las especies resistentes a estas condiciones se hacen más comunes, otras permanecen en ecosistemas remanentes o son desplazadas a la periferia, mientras que algunas son introducidas desde lugares remotos1,5. Esto hace que la biodiversidad urbana tenga una configuración particular y que su respuesta a diferentes grados de urbanización siga siendo poco entendida1,3,5, debido principalmente a las dificultades para recopilar datos suficientes y a los vacíos metodológicos para comparar diferentes áreas urbanas3.
Bajo este panorama, la ciencia participativa es una oportunidad para recopilar información a diferentes escalas espaciales y temporales. La inclusión de diversos actores aporta datos que, aunque pueden presentar sesgos por la falta de estandarización metodológica, contribuyen a reducir vacíos de información en áreas sub-muestreadas dentro de las ciudades4. Además, proyectos de ciencia participativa a gran escala - BancO2-bio (Antioquia), Expediciones Bio (Santander y Boyacá), Bioblitz, City Nature Challenge- pueden ser claves para entender la respuesta de la biodiversidad a cambios globales como el cambio climático o las pandemias, complementando otras herramientas de monitoreo que apoyen la identificación de acciones de adaptación a futuro.
Se presenta el análisis de los datos registrados por iniciativas de ciencia participativa en ciudades colombianas entre los años 2015 y 2019 que reflejan el aporte de estas estrategias al conocimiento de la biodiversidad urbana. Una de estas iniciativas fue el proyecto “Naturalistas Urbanos desde casa: bioblitz en tiempos de cuarentena”, que tuvo como objetivo evidenciar el potencial de la ciencia participativa bajo escenarios de cambio, como el asociado a las medidas de cuarentena estricta por COVID 19, y cuyos resultados principales fueron 739 especies identificadas en entornos urbanos, 5 endémicas y más de 60 especies introducidas. Adicionalmente, se diferenció entre especies nativas e introducidas y se establecieron tipologías de verde urbano, con el fin de relacionar características de las ciudades como el tamaño de las áreas verdes o su nivel de intervención humana con la presencia de dichas especies. Dentro de los resultados a resaltar se registra un mayor número de especies nativas en áreas menos transformadas como las reservas o los ecoparques y una alta variación en la presencia de los grupos biológicos para áreas con una mayor influencia urbana.
La ciencia participativa es una herramienta útil para mejorar el conocimiento de la biodiversidad urbana y un insumo para tomar decisiones que permitan, entre otras cosas, conservar especies nativas o controlar aquellas con potencial invasor, manejar adecuadamente los ecosistemas o diseñar espacios urbanos que aumenten la disponibilidad de hábitats. De igual forma, puede ayudar a empoderar y conectar a los ciudadanos con la naturaleza, para que de manera voluntaria aportan sus datos y contribuyen a la conservación de la biodiversidad. Es fundamental que las autoridades locales reconozcan el aporte de los naturalistas urbanos e incorporen estrategias de participación de ciudadanos en la gestión de la biodiversidad urbana, también que promuevan iniciativas de ciencia participativa que aporten a reducir vacíos de información identificados y a objetivos más amplios con incidencia en la toma de decisiones.